¡Estar consigo mismo!

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Una forma de espacio, aunque elemental, puede ser la llamada relajación, hoy tan trivializada. Asumida desde la fe, es descanso, y un relativo espacio abierto al amor de Dios; un espacio en la propia corporalidad. Un espacio como sagrado:

preservado: de influencias negativas exteriores; de miradas que pueden robar­nos el mérito (Mt 6, 6).
reservado: para estar consigo mismo (vivir consigo); y para estar con Dios: so­los con El Solo.

¡No es fácil difícil estar consigo mismo! Ni siquiera sabemos quiénes somos, per­didos, como estamos, entre tantos fragmentos de nosotros mismos. Ninguno de esos fragmentos nos dice quiénes somos, ni nos refiere con verdad. Son fragmen­tos que determinan nuestra personalidad pero no refieren nuestra hondura real. Dios busca entre esos 'escombros', la persona que salió de sus manos: original, si­lenciosa, sencilla. Esos fragmentos, de los que solemos vivir, a los que nos afe­rramos, no pueden fundamentar nuestra verdad ni la experiencia humana y reli­giosa de nosotros ni tampoco la de Dios.

Estar consigo mismo tiene que ser una experiencia de sencillez, de naturalidad, donde la mirada útil para la contemplación, comienza a ser posible cuando deja­mos de estar dependiendo de nuestros fragmentos prehistóricos y abrimos la ven­tana al cielo abierto, a antes de los tiempos.

Estar consigo será -cuando ocurra- una experiencia sencilla de desestructura­ción y de desinstalación. Podremos sentirnos como algo invertebrado, precisa­mente cuando nos dejamos en Dios, con la paradójica pretensión de no pretender nada: estar sin eficacia – dice Juan de la Cruz. ¡En Dios!, siendo conscientes de es­tar en lo que siempre hemos estado sin vivirlo de verdad (Hch 17,28). Ajenos a tan sublime realidad, hemos cambiado el estar en él y el tener una oscura experiencia de su presencia, en fe, por esa forma, aparentemente más realista e imaginativa de pensar en Él, de segregar palabras de forma imparab1e. Podríamos fundar una cá­tedra con palabras, pero sólo nos realiza la sencilla postura sentados a los pies de Dios: sin eficacia, sin la pretensión de querer aferrarlo con nuestras manos. ¡Es li­bre como el aire; se escaparía! ¿Tendremos que volver a ser evangelizados los que creemos saber tantas cosas de Dios? Todo esto requiere catequesis y, sobre todo, humildad. No es fácil aprender el modo de ver de los sencillos … Nos hemos vuel­to complicados … ¡Difícil ser uno mismo! La oración es el camino … y el no sa­ber …

    

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