III DOMINGO DE ADVIENTO: (Is 35, 1-6a.10; Sal 145; Sant 5, 7-10; Mt 11, 2-11)

Alegría

“Se despegarán los ojos del ciego,
los oídos del sordo se abrirán,
saltará como un ciervo el cojo,
la lengua del mudo cantará,
y volverán los rescatados del Señor.

Vendrán a Sión con cánticos:
en cabeza, alegría perpetua;
siguiéndolos, gozo y alegría.
Pena y aflicción se alejarán” (Is 35, 5-6.10).

Recepción de la Palabra

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.La Liturgia permite abandonar el color morado, para tomar el alivio del color rosado, por haber alcanzado la mitad del camino de Adviento.

La invitación a la alegría surge de la esperanza que suscita la venida del Mesías quien, como señal que le identifica, dirá que le contesten a Juan el Bautista, que se halla en la cárcel: “Los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!» (Mt 11, 5-6). Lo mismo que ya señalaba el profeta Isaías.

Pero ¿en qué deberemos fundar nuestra alegría, si en nuestra percepción de la realidad no asistimos a curaciones tan magníficas? Sin duda que el amor que ha suscitado Jesús ha sido motivo para que, de manera gratuita y como forma de vida, muchos seguidores hayan consagrado su vida para ser ojos de los ciegos, pies de los discapacitados, ternura y opción de cercanía para todos los marginados y excluidos.

Los creyentes podemos manifestar las señales de Jesús por la caridad, la presencia entre quienes viven en las periferias y permanecen en los márgenes del camino, desechados por diversas causas.

El Papa Francisco llama a vivir la parábola del amor más radical y próximo a los que más sufren. “La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo” (EG 24). La Navidad es tiempo propicio para testimoniar la alegría por la presencia del Mesías.

Desde la fe, también se pueden apreciar las señales autentificadoras  en el orden espiritual. Es mayor el don de creer que el de ver físicamente, mayor el don del corazón limpio, que tener la carne sana. Y tantas veces, gracias a la fe, se descubre el sentido pleno de la vida, y hay una fuerza mayor en el bien hacer. Jesús da alas, fuerza, vitalidad, mirada compasiva, manos alargadas bendecidoras y magnánimas a quien lo recibe.

 

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