La esperanza cabe en la cárcel.

    Cuando me pidieron que escribiese en 25 líneas lo que en mi vida diaria me eleva y me ayuda a sobrevivir, volví la espalda y me quedé en silencio toda la mañana, pensando cómo responder.

¿Cómo explicar lo que experimenta un hombre que sabe que tiene por delante otras veinticuatro horas de cárcel?

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos. No media hora, sino veinticuatro horas, mil cuatrocientos cuarenta minutos, un día y una noche para pensar, respirar… existir. Si me preguntáis qué siento, permaneceré perplejo, como persiguiendo un recuerdo que huye de mí o que no existe y acabaré repitiéndome mentalmente esta frase: «se reanudará la espera del amanecer y todo es como el día anterior, como la noche anterior, siempre la misma monotonía torturante».

Creo que la estancia aquí es una prueba y que luego llega el regreso a casa, a la normalidad; sin embargo, este período de prueba es el más difícil, el más largo. Lo es porque durante la estancia en la cárcel, el preso se halla completamente abandonado a sí mismo, irresistiblemente expuesto a la tentación de rendirse; y todo se conjura contra él: el olvido de los demás, la soledad exasperada, la renovación monótona de los sufrimientos. Pobre del que no supere esta prueba, si no resiste, si cede, lo que podría ser su revelación, será inútil y fracasaría en la vida.

Mi vida de por sí fue bastante difícil. No porque la vida fuese así, sino porque la dificultad era yo. Sin embargo, me han abierto los ojos para que comprenda que cada gesto, por absurdo que sea, tiene un significado, es decir, que mi vida tiene un significado y lo he de buscar por mí mismo.

De hecho, lo voy logrando a mis 30 años, con ayuda, ya que los que se encuentran en mi situación necesitan de ella, y en grandes dosis.

Se me escapa una carcajada en este momento: al escuchar mi propia risa, me invade una especie de felicidad. ¿Quién me hubiera dicho a mí que después de nueve años preso sería capaz de reír?

¡Qué suerte la mía al encontrarme con gente con la que hablar sin sentirme juzgado ni objeto de reproches!

Gracias a los voluntarios que nos visitan en la cárcel me he dado cuenta de que me agrada vivir, y que también se puede vivir en una celda de seis pasos por dos, con una cama, una mesa, libros… puedo estudiar, leer, escribir poesía… No soy la única persona sujeta a prisión en el mundo, no es una deshonra, sino una forma de luchar y sentirte vivo.

José Ángel Lesaca
(Penal de El Dueso)

    

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