Un único criterio debe conducirnos: el amor sin límites a Cristo, a la Iglesia y al pueblo de América Latina. Este amor debe generar un gran espíritu de comunión.
«El Hijo de Dios con lo que padeció aprendió la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen» (cf. Hb 5,8-9).