Ustedes son, querido pueblo mío, los instrumentos que Dios ha utilizado para que tanta paz, tanto vértigo, tanta confianza... tanta alegría, tanta limpieza... tal pan y agua tan preciosa... pudiéramos compartirlos. Gracias. ¡Nunca, nunca jamás les olvidar
Tú mismo con inmensa alegría comienzas también a darte, para procurar que la vida sea un tierno juego entre todos los seres humanos, aquí en la tierra.
Siempre hay un niño que te saluda al cruzarte con él por un camino. Hay un plato de comida compartido bajo un techo humilde. ¡Cuántas cosas hay más fuertes que la desesperanza!
Hasta diciembre, ya hemos llenado el calendario de reuniones, cursillos, visitas a los pueblos, bautismos y confirmaciones, encuentros con los jóvenes. En fin, ¡hemos crucificado el tiempo!.
Sembrando tantas veces en otros corazones o padeciendo la soledad a causa de la indiferencia que el mundo presta a nuestra obra. Pero en pie, lo repito, confiando no en los resultados sino en la voluntad del Padre.