La Palabra de Dios, en cuanto permite encarnar el ideal evangélico en actitudes concretas, es el instrumento más adecuado para superar la escisión entre fe y vida diaria.
A través de esa palabra, Dios se dirige a la realidad más honda de la persona, nos orienta para que lleguemos a humanizar nuestro mundo, nuestra persona, todo lo que somos.